Fake news: La hora de las fuentes

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* Por Camilo Undurraga, Director de Factor Crítico.

Aunque el tratamiento de las fuentes es una piedra angular del periodismo y de cualquier afirmación de peso, hoy por hoy pasa por momentos de extrema fragilidad. Y es que el desafío no sólo se trata de intentar encontrar esa tecnología o algoritmo que nos libre de ellas, sino también de revivir un sano escepticismo para evaluar hoy quién dice qué.

Uno de los casos más documentados de noticias falsas fue durante el proceso del Brexit británico. El mismo que hoy –con la anuencia de la Reina- mantiene un capítulo escandaloso, donde el nuevo primer ministro británico alargó el receso parlamentario ante una nueva votación, condenando al fracaso los esfuerzos por mantenerse en el bloque y a las redes respondiendo con el trending tropic #AbolishTheMonarchy.

Una de las periodistas que siguió el caso de Fake news en el Brexit fue Carole Cadwalladr. Ella comenzó a seguir la hebra que finalmente llegó a Cambridge Analytica, pero que en el Brexit tuvo una muestra palpable: noticias abiertamente falsas para grupos de personas segmentadas por su actividad en Facebook que podían ser susceptibles de creer algo porque eventualmente confirmaría algo que ya creían.

Uno de los efectos de las redes sociales fue que el periodismo perdió la primicia sobre las fuentes. Hoy la mayoría de la gente consume información en redes sociales, recibe información en su WhatsApp o en su perfil personal de Facebook, donde contenidos promocionales se filtran según su propio comportamiento, dejándonos a cada uno en la soledad de nuestras múltiples burbujas, confirmando nuestros prejuicios con información de la que muchas veces desconocemos sus intereses.

Las fuentes son personas, son atribuibles y sus versiones pueden ser contrastadas en el tiempo. Requieren de un cierto conocimiento, nos permiten discrepar y nos exponen a incomodarnos, a no estar de acuerdo, a una postura que no habíamos considerado y que eventualmente, podría hacernos cambiar de parecer.

El Brexit, la elección de Trump o de Bolsonaro en Brasil utilizaron Fake News con una pavorosa efectividad para la democracia. Es tiempo de dar un paso en dos direcciones, urgen mecanismos para detectarlas y detenerlas, cierto, pero es igualmente necesario forzarse a un escepticismo sano con el origen de las mismas, a dudar de ellas si no son nada más que una afirmación o un supuesto.

Es hora de exigir y consultar fuentes diversas, el acceso a información prácticamente infinita no puede dejarnos en la paradoja de que vamos a compartir lo que recibamos porque nos confirma algo de lo que no tenemos pruebas, pero sí un prejuicio. La frontera entre el escepticismo y el negacionismo de moda es esa, pruebas y para ello, fuentes.   

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